Cómo tomar mejores decisiones

Tomar decisiones es complicado. A veces incluso las más insignificantes, esas que parece que no van a cambiar el rumbo de nuestra vida, ni van a ser definitivas, ni nos van a condicionar en absoluto, resultan ser las más difíciles. Por ejemplo… ¿Qué me pongo para esta comida? ¿Me arrepentiré si no salgo esta noche? ¿Debería publicar esta story o no parezco lo suficientemente guapo?

Persona en una encrucijada contemplando diferentes caminos, simbolizando la dificultad y reflexión en la toma de decisiones.

¿Por qué nos cuesta tanto tomar decisiones?

Si estas pequeñas decisiones parecen importar tan poco… ¿por qué nos paralizan? ¿Qué nos detiene realmente? ¿Cómo tomamos entonces decisiones importantes? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer para fluir un poco más en el proceso de decidir?

Tomar decisiones es un rollo. De hecho, la mayoría de nosotros preferiríamos huir de tener que decidir en muchas ocasiones. Pero, si lo piensas, estamos tomando decisiones todo el tiempo. A cada segundo. Por ejemplo, cada palabra que te estoy diciendo ahora mismo ha sido una decisión tomada. Me atrevería a decir que en cada una de esas decisiones se esconden otras muchas, como hacer una pausa después de una coma o meter un poquito de aire en las frases, para que parezca que estoy diciendo algo profundo y, de paso, te relaje.

No es que estas hayan sido decisiones fáciles, sino que están más o menos automatizadas. Porque si nos tomáramos mucho tiempo para decidir cada palabra, la comunicación sería imposible. Aunque… igual meteríamos menos la pata también.

Podría hablarte de algunas áreas de nuestro cerebro implicadas en la toma de decisiones, como la corteza prefrontal, la amígdala o el hipotálamo, pero es mucho más interesante contarte para qué sirven. Muy resumidamente, su trabajo conjunto nos permite evaluar los riesgos y regular nuestras emociones. Porque sí: nuestras emociones juegan un papel fundamental en la toma de decisiones. No elegimos los mismos caminos cuando estamos supercontentos, que cuando estamos estresados, o con miedo, o enamorados, o deprimidos.

Persona frente a varias puertas, cada una parcialmente abierta y mostrando diferentes posibilidades, representando la incertidumbre y elección en la toma de decisiones.

La clave para tomar mejores decisiones: aceptar la incertidumbre

Lo interesante de todo esto es tomar consciencia de que nuestro cerebro está preparadísimo para tomar decisiones; de hecho, en parte, está diseñado para eso. Y esta ya es una razón importante para no temer decidir. Es como si te propusiera hacer ejercicios de respiración. Algunos te costarán más, otros te relajarán o te activarán… pero nunca me dirías que eres una persona a la que le cuesta mucho respirar, ¿no? Pues con las decisiones aplica lo mismo. Las estás tomando todo el tiempo.

Pero esto no significa que sea fácil. De hecho, diría que a veces es todo un desafío. Y lo es por varios motivos, aunque casi todos tienen que ver con una sola cosa: nuestra mala relación con la incertidumbre y la falta de control. Necesitamos controlarlo todo, o al menos sentir que lo controlamos. Porque esa sensación calma nuestro malestar y nos permite transitar la vida un poco más seguros de nosotros mismos.

Tomar una decisión siempre implica ciertos riesgos, y entre ellos está el de equivocarnos, el de elegir una opción errónea, que las cosas no salgan como habíamos previsto. La trampa en la que caemos es creer que, recopilando suficiente información y atando todos los cabos, lo imprevisible es menos probable. Spoiler: no tiene por qué ser así. ¿Cuántas veces has pasado horas eligiendo un buen contenido en Netflix para acabar viendo TikTok?

Consejos prácticos para mejorar en la toma de decisiones

  1. Establece un límite de tiempo: Fija un tiempo máximo para decidir, evitando prolongar la indecisión y ayudándote a pasar a la acción sin quedarte estancado.
  2. Haz una lista de pros y contras: Escribe las ventajas y desventajas de cada opción, asignando puntos a cada aspecto para ver cuál pesa más. Este ejercicio visual te ayudará a organizar tus pensamientos y a tomar una decisión de manera más racional.
  3. Confía en ti mismo: Pedir consejo está bien, pero recuerda que al final eres tú quien debe decidir y vivir con las consecuencias. Escúchate a ti mismo antes de guiarte únicamente por las opiniones de los demás.

Equivocarse es parte del proceso

Y, si te equivocas, déjame decirte algo: no es tan importante. Bueno, a veces sí, para qué engañarnos. A veces la puedes liar mucho, y sufrir, y hacer sufrir a otros. Pero… la mayoría de nuestras decisiones no tienen tanta trascendencia. Y si la tienen, créeme, aprenderás a autorregularte, a poner las cosas en perspectiva, y la vida seguirá girando. Porque estamos diseñados para eso.

Deja un comentario